La noche se avecinaba canalla pero tornó didáctica y entrañable. Corrieron las horas a tragos, como mandan los cánones del mal vivir, y se nos fue nublando la vista entre soplos de humo anicotinado y el cansancio acumulado de otra semana más.
Fue en esas cuando el Doctor Deseo se encarnó en el mismo Francis, quien paciente, discreto y natural ocupaba su merecida posición junto a la barra de un bar fetiche.
Ganose el cielo el carismático músico atendiendo a quien escribe. Y al rock pongo por testigo de que fue enriquecedor 'viajar' acompañado por el pasado de nuestro botxo preindustrial, disertar sobre la coherencia, entonar un mea culpa de titanio, borrar de un plumazo los tiempos del ordeno y mando y, ya que estábamos, realizar un guiño cómplice a otros continentes hermanos. Con un par... de birras; y algunos kalimotxos de más.
Sirvan estas líneas de agradecimiento, Francis, y mucha mierda en el nuevo proyecto que en breve comienza.