La niña de rojo que dibuja esquinas, que vende su gracia por veinte monedas Se parece a mí.   Tarde plañidera de gris apatía, vulgar agonía con anestesia de televisión.   Ese leve gesto que anuncia tormenta. Me pongo a cubierto porque tú, mi cielo, tiras a matar.   El cielo cayó sobre mi cabeza. Respiro y aprendo para que otra vez lo pueda esquivar.   Que no haya injusticia. Que no sea mía, ni dolor ajeno, ni sueño imposible por el que luchar.   Siento que un “no sé” quema en la garganta. Imagino puentes. La noche es eterna, absurda y cruel.   Que no se me escape nada. Que no pierda un segundo, aunque éste sea triste.   Con cierta torpeza desnudo los miedos que pueblan mis sueños, porque así desnudos me dejan en paz.   Y aquella caricia que hoy sólo es recuerdo, un mapa difuso, memoria que duele, necesario adiós.